SOMOS NUESTROS PROPIOS
DEMONIOS
James Joyce le escribía a Nora, en 1904:
"Ahora me escribes y me preguntas qué
demonios me pasaba la otra noche. Me mirabas como si estuvieras triste por algo
que no había ocurrido y que habría podido gustarte"
A quién no le ocurrió alguna vez, o muchas
veces, ser malinterpretado, ser objeto de un malentendido. Alguien que
malinterpreta una frase, algún pasaje alguna carta, algún silbido de noche,
algún encuentro, como si el recuerdo de ese encuentro lo turbara.
Continúa: "Anoche te hablé
sarcásticamente, pero hablaba del mundo, no de ti. Soy enemigo de la bajeza y
la esclavitud de la gente, no de ti. ¿No puedes advertir la sencillez que hay
detrás de todos mis disfraces?"
A quién no le ocurrió alguna vez creerse
"el mundo" y luego darse cuenta que el mundo es siempre más grande
que uno y no puedo ingresar en él sino como vagabundo.
Cuando me encuentro con el otro que amo, por
ejemplo, me siento fascinado. No logro clasificarlo porque es único para mí.
Algo así como la imagen que responde a la especificidad de mi deseo. No puede
ser nombrado por nada que ya esté nombrado, es absolutamente nuevo. Sin
embargo, seguramente hemos amado y amaremos muchas veces en la vida, pero
existe un rasgo común, por especial que sea mi deseo.
Ese a quien amo no tiene descripción ni
definición, es alguien que, según R. Barthes hace temblar el mismo lenguaje. No
puedo hablar de él ni sobre él. Todo atributo es falso porque es incalificable.
Luego, me doy cuenta que tal originalidad no es ni el otro ni yo mismo, sino la
relación. La originalidad de la relación es lo que se debería poder conquistar.
Otro ejemplo sería: cuando me siento herido
por algo, esas heridas en realidad me vienen de aquello que clasifico
empecinadamente, de lo que defino, es decir, del estereotipo.
Sin embargo estoy obligado a hacerme el
enamorado como todo el mundo: de vez en cuando ponerme celoso, sentirme
abandonado, frustrado. Pero cuando la relación es original, todo esto definible
(fui abandonado), es eliminado, pues no tienen espacio, es una relación sin
lugar. Es decir, por buscar la iluminación en el otro término perdiéndome la
luz.
Nadie puede imaginar un mundo en el que el
deseo dejara de turbamos definitivamente. Tendríamos que ponemos cada día un
fin y el medio para llegar a esos fines en todos los casos es el trabajo. Sin
trabajo ni siquiera existe el otro, la relación. No tengo con quién
relacionarme. Esperar tener los medios para llegar al fin, es no llegar nunca
al fin. La vida no puede ser reducida a los medios que la hacen posible, esto
forma parte de la razón y el deseo siempre desafía a la razón.
La esencia del hombre siempre se basó en la
sexualidad, no en la razón. Esto nos planta en la ambigüedad de la vida humana.
Al respecto dice G. Bataille: "La violencia del deseo se halla en lo más
hondo de mi corazón y al mismo tiempo esta violencia es el corazón de la
muerte, se abre en mí."
Joyce concluye la carta: "¿Dónde estarás
el sábado, el domingo, el lunes por la noche, para que no pueda verte?"
GENIAL!!
ResponderEliminarJa! Mejor sería preguntar: cuántas veces nos hemos sentido/creído el mundo y luego nos hemos dado con que no somos más que un granito de arena y nos hemos estrellado contra el concreto de la realidad?
ResponderEliminarDemasiadas diría yo.
Y sí, somos nuestros propios demonios. Luchar contra ellos es darnos en la cara con nuestra esencia. No siempre nos gusta, pero siempre deberíamos tener la fortaleza de afrontarlo.
Buenísima entrada.
Gracias.
me gusta lo que dices en el comentario, que no se trata de cambiar ningún pasado, sino de vivir en un futuro que pertenezca al ser que nos habita
ResponderEliminarmuy grande
un abrazo