viernes, 11 de diciembre de 2015

PARA CONTRIBUIR
A LA CONFUSIÓN GENERAL
Una visión del arte, la poesía y el mundo contemporáneo

PREÁMBULO
Cuando alguien intenta aproximarse al campo de las ideas vigentes con espíritu esclarecedor, debe plantearse el problema de si su aporte no contribuirá en última instancia a hacer todavía más densa la confusión, como aquel que en desesperado esfuerzo por apagar el fuego, quisiera hacerlo soplando. Es tan impresionante el amontonamiento de las ideas más contradictorias no sólo en mentes distintas sino en una misma mente, que cuando se trata de tomar distancia para ser testigo de esa barahúnda con cierta objetividad surge la pregunta de si el destino del hombre no será crear una infernal telaraña para aprisionarse a sí mismo y propender a la propia destrucción, mediante la organización del desorden.
Pero hablar de contribuir a la confusión general equivalente justamente a propiciar el desorden, dirán algunos. De todos modos, no se trata de un desorden contra el orden, sino más bien de un nuevo desorden contra un viejo desorden.
El desorden, al envejecer, se fija, se fosiliza y adquiere así la apariencia del orden, pero sólo porque está inmóvil, porque está muerto. Un desorden muerto se corrompe, hiede, contamina la vida con su podredumbre. Entonces es necesario crear un desorden totalmente nuevo que lo sustituya. Pero no cualquier desorden, sino uno que consuma lo viejo y purifique la vida: un desorden creador, por el cual circule la sangre siempre renovada de lo vital.
Aunque pretende marchar en alguna dirección, en el fondo el hombre no sabe hacia dónde va. Pero lo mismo marcha, y durante esa marcha se propone seriamente infinidad de objetivos, lo reglamenta todo, lo “ordena” todo, y mediante ese “orden” obtiene las combinaciones más absurdas, los resultados más insólitos, que de todos modos lo distraen de la proximidad del vacío.
Hace unos años hablaban de un “orden nuevo” los apóstoles de ciertos sistemas políticos. Ellos querían hacer pasar por nuevo el mismo vetusto desorden embalsamado y pintarrajeado. Y pretendían fijarlo para toda la eternidad. Quisieron emplear medios de convicción eficaces y lo hicieron a sangre y fuego, con lo que lograron eficazmente destruirse a sí mismos y a su viejo desorden momificado. Pero continuamente reaparecen señores que hablan de la necesidad de un nuevo orden. A ellos hay que decirles que no estamos por el orden sino por el desorden y que es inherente al hombre propender inevitablemente a un desorden siempre renovado. La vida no responde a leyes fijas; lo único realmente fijo es la inevitable transformación del hombre paralela a la inevitable transformación del mundo, y ningún pretendido orden puede detenerlas. Pero también es fija la inmensa estupidez humana. Esta estupidez es la verdadera enfermedad del medio social en que vivimos y a ella hay que atribuir la mayor parte de los males de este mundo. No debe confundirse con la inocencia, de la que dependen las más puras cualidades creadoras. La estupidez es tortuosa, maligna y enemiga despiadada de los valores humanos más altos. Buena parte de la intención de estos textos es denunciarla.


Desnudo al atardecer de Miguel Oscar Menassa.
Óleo sobre lienzo de 46x38 cm.
Aquel que trate de iluminar el panorama del mundo no hará más que poner en evidencia esa gran confusión en que vive el hombre de hoy. Pero entonces, ¿qué hacer? Sólo nos resta plantarnos frente a las ideas, a las pretendidas ideas, removerlas y actuar apasionadamente sobre ellas. Así, las ideas se agitarán en la liza como toros enfurecidos, y cuando, sembrados de banderillas, ofrezcan su cerviz a la estocada precisa, todo habrá concluido. En esa lucha dialéctica, las ideas más poderosas demuestran su debilidad y los esquemas caen postrados; esos esquemas a los que son tan afectos los hombres porque, aunque falsos, les dan la sensación de seguridad que su desamparo exige.
Al fin y al cabo los textos que siguen no constituyen más que una exposición de ciertas ideas de nuestra época que flotan en el aire, que a veces son expresadas tímidamente, apenas susurradas, pero que, cuando alguien las expone en toda su crudeza, resultan enormemente familiares, terriblemente convincentes, aunque la mayoría prefiera olvidarlas inmediatamente después. Quizá sólo tienen por objeto despertar algunas conciencias, no para llevarlas por nuevos derroteros, sino para que reflexionen libremente sobre su humana condición. Entonces les aparecerá el verdadero sentido de palabras como libertad, amor, arte o poesía; palabras tan manoseadas y desfiguradas por el mal uso que se han vuelto irreconocibles; quizás entonces comprendan que libertad significa simplemente un modo de realizarse con plenitud, que amor significa el más alto grado a que puede llegar la comunicación entre dos seres, y que las palabras arte y poesía no designan cosas inexplicables, sino una forma de comunión con el mundo y un modo de proyección del ser hacia los otros.
El tono persuasivo usado por el autor en algunos trabajos y el apersuasivo usado en otros se complementan, y constituyen la verdadera manera de provocar una comprensión viva, de arrancar al interlocutor de su cómoda poltrona de indiferencia.
Ese despertar de algunas conciencias es el resultado por demás satisfactorio a que aspiran los textos que se leerán. No es necesario que nadie se convenza de nada; basta con despertar y mirar a su alrededor con ojos libres. Es el único modo de comprobar que el mundo en que vivimos es siempre nuevo y la sordidez es solo una ilusión.
Aldo Pellegrini

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