jueves, 22 de octubre de 2015

LOCURAS ACTUALES: LOS CANSADOS, LOS AGOTADOS Y LOS EXHAUSTOS

I.
Hace años hacíamos, en la clínica de las psicosis, distinciones con las locuras: “sólo se trata de una vacilación en la estructura del fantasma” o “estamos ante una forclusión parcial de un significante que no es el del Nombre del Padre” o “no es lo mismo estar ante un fenómeno que habla que ante una estructura que huye espantada”.
Las locuras son actuales, las psicosis se sustraen a la actualidad. Si las locuras se presentan como espasmos de rarezas y sufrimientos, las psicosis son la caída de esas rarezas y esos sufrimientos en una ausencia infinita. Si las locuras, al cabo, encuentran un lugar en el sentido común, las psicosis perforan los entendimientos, no pueden actualizarse del todo ni agotarse, porque son la desmentida misma de que exista algo así como el todo.
El sufrimiento de las locuras y las psicosis no se parece al malestar, muchas veces insoportable, de los insatisfechos. Locuras y psicosis tienen en común la visión desvestida de la desquicia del mundo. La palabra actualidad no sólo alude a un tiempo presente o a potencias empujadas a devenir en actos, actualidad es amasijo histórico, intriga social, interrogación política de lo que se dice que la vida en común es.
La actualidad de las locuras asume muchas formas, una de ellas es la experiencia de los caídos, arrasados o exhaustos.
II.
¿Caídos en el infierno del paraíso capitalista? ¿Soledades arrasadas que no encuentran sosiego en ninguna realidad de este mundo? Están más allá de la desprotección, el desamparo, la desafiliación, viven casi sin existir, no viven con poco, sino que están vivos por poco.
¿Qué vida podrían tener los caídos en los hospitales de locos si no estuvieran allí? Las locuras mezclan amores estallados y amistades perdidas, pobrezas y exclusiones, sustancias baratas y desechos. Están ahí porque todavía no los mató la policía, el alcohol, una cuenta sin pagar, un coche al cruzar la avenida, el hambre o el frío.
Suele decirse que los caídos están arrojados fuera del mundo, despegados de las fachadas sociales, desabrazados de los cuerpos y las palabras, marginados de iglesias, escuelas o grupos; pero no siempre se advierte que esas existencias viven expuestas a emociones excedidas. No están aislados o separados del mundo, sino abandonados a la intensidad de los dolores negados por la civilización.
III.
Los psiquiátricos, a donde van a parar los arrasados, son reservas emocionales de sufrimientos desalojados de la educación sentimental de la época. Los hospitales de la pobreza son escenarios enmudecidos. Circunstancia que recuerda una pregunta de Benjamin: “¿No se advirtió, durante la guerra, que la gente volvía muda del campo de batalla?”. Los exhaustos han visto lo irrepresentable.
No es que los extenuados no sean capaces de decir quiénes son o qué les pasa y necesiten, por ello, de especialistas que les sirvan de intérpretes de su propia experiencia social extraviada: los exhaustos viven la demasía.
Se puede decir de los enmudecidos lo que Holderlin dice de Edipo: “Quizá el rey Edipo tiene un ojo de más”.
La sociedad capitalista tiende a democratizar el deseo, pero no sus condiciones de satisfacción material e imaginaria. El deseo, que absorbe la crueldad publicitaria, impedido de gozar de lo que se exhibe ante sus narices, descree de sí mismo. El sistema exhibe lo que priva, ostenta lo que no da. La obscena fiesta del consumo excita y estafa la sensibilidad. El deseo excedido por todo lo que se le niega se vuelve resentimiento. El resentimiento es la rebeldía apagada de los exhaustos: el odio de sí es la actualidad de la locura capitalista.
IV.
Quad es una obra de Beckett, escrita en 1981 para televisión, en la que intervienen cuatro personajes de similar estatura, delgados y asexuados, que marchan sobre un área cuadrada hasta agotar un trayecto minuciosamente indicado por el autor. Cada intérprete es seguido por una luz diferente y sus pasos acompañados por un tipo de percusión particular. Cada uno lleva una túnica del color de su luz, con capuchas que ocultan los rostros. Por momentos, los intérpretes se cruzan en el centro del cuadrado insinuando un choque o encuentro que nunca se produce. La obra concluye cuando todos, a su tiempo, agotan los trayectos y combinaciones propuestas.
Deleuze escribe un ensayo que se llama El agotado a partir de advertir cómo Beckett marca la acción de los actores hasta agotar los movimientos posibles en un espacio: “El agotamiento es mucho más que el cansancio. (...) El cansado ya no dispone de ninguna posibilidad (subjetiva): no puede por lo tanto llevar a cabo la menor posibilidad (objetiva). Pero ésta permanece, porque nunca se lleva a cabo todo lo posible, se lo hace a medida que se lo realiza. El cansado agotó solamente la realización, mientras el agotado agota lo posible. El cansado no puede llevar a cabo nada más, pero el agotado no puede ya posibilitar”.
El cuerpo exhausto no es el de los quejosos que no alcanzan un objeto que siempre se desplaza, ni el cuerpo agotado de los personajes de Beckett que viven -desde el comienzo- en un mundo que despotencializa la posibilidad. El cuerpo del exhausto habita la demasía.
V.
El cansado persigue algo.
El agotado sabe que no hay nada.
El exhausto siente los tormentos de la civilización.
El cansado corre por la ciudad tras una meta.
El agotado explora el mundo hasta constatar que está en un pequeño universo cerrado.
El exhausto alucina desiertos.
El cansado exclama “¡Ay! ¡Qué cansado estoy!”.
El agotado dice “No hay nada más que poder”.
El exhausto habla enmudecido.
Al exhausto le acontece la demasía: no está cansado, no siente satisfacción ni insatisfacción, tampoco agota su potencia de ser; asiste a la frustración o a la posibilidad como si viera pasar un animal prehistórico en medio de una borrachera.
El cansado a veces se siente dichoso por sus logros.
El agotado transita indiferente el cumplimiento de todo lo posible.
El exhausto vive extenuado de intensidad.
Un poema de Idea Vilariño (1970) que pongo del lado de exhausto: “Uno vive / con los muertos / que están ahí / con los sufrientes vive / y con los despojados / y con los presos / vive”.
Si el cansado siente que le pesan los párpados, el agotado hace su recorrido con los ojos cerrados; pero el exhausto -que ve el horror- permanece perplejo ante esa visión.
El cansado viola el silencio con la expresión quejosa de “¡Ay!, ¡no doy más!”.
El agotado consuma todos los recorridos hasta confundirse en la ausencia.
El exhausto soporta, dividido, las voces del mundo.
El exhausto, que creció en una ciudad bombardeada, siente su cuerpo como un hormiguero pateado. No vive en peligro, su existencia no está amenazada, sino arrasada.
Si el cansado cuida su casa y el agotado atraviesa la intemperie, el exhausto -que no conoce cama segura-, a veces encuentra refugio en la palabra de otro que no le demanda nada.
El cansado reclama la suspensión de actividades para disfrutar de un merecido descanso.
El agotado no cesa hasta concluir todas las posibilidades.
El exhausto no atiende a su yo ni a su sí mismo, sino a un dolor sin sujeto.
El exhausto aloja lo real en un cuerpo siempre pequeño.
Un poema de Idea Vilariño (1966) que pongo del lado del exhausto: “Como un perro que aúlla interminable / que aúlla inconsolable / a la luna / a la muerte / a su tan breve vida. / Como un perro”.
El cansado consulta el futuro a una vidente.
El agotado agota el porvenir: transforma lo posible en evidencia.
El exhausto intenta insomne escapar de la pesadilla.
Los cansados consumen perfumes.
Los agotados vencen las fragancias.
Los exhaustos huelen el mal.
Los cansados cuentan sus posesiones.
Los agotados, al final, cargan la nada del comienzo.
Los exhaustos permanecen junto al incendio de las cosas.
El cansado espera que le digan cómo estuvo lo que hizo.
El agotado hace lo que hace hasta disolver el hacer en la inacción.
El exhausto soporta el asedio de los cansados, a quienes les encanta decirle lo que debería hacer.
El cansado hace dieta o come compulsivamente.
El agotado transita el hambre y la saciedad inapetente.
El exhausto se devora preso de sí.
El cansado se abriga en invierno y usa camisas livianas en verano.
El agotado lleva la misma túnica siempre.
El exhausto no puede cubrir su cuerpo poroso.
El cansado fantasea, el agotado no, el exhausto asiste a la agonía de los fantasmas.
El cansado siente su pequeño mundo amenazado.
El agotado concluye su camino sin que pase nada.
El exhausto está en el desastre.
Los cansados tienen miedo a los contagios y ataques, hacen público su derecho a vivir en una ciudad pura y segura.
Los agotados son inmunes al miedo.
Los exhaustos hacen su morada en la peste.
El cansado siente que la sociedad le debe una disculpa.
El agotado sabe que los narcisismos no gravitan en la nada.
El exhausto tiene un ojo de más (que los espejos no reflejan).
Los cansados perciben que todo estalla a su alrededor, pero reclaman el privilegio de formar parte de los sobrevivientes.
Los agotados hacen lo que hacen aburridos de sobrevivir.
Los exhaustos, cada tanto, se entregan a la psiquiatría para que los despoje de la triste soberanía del dolor.
El cansado se aísla de su entorno violento.
El agotado anda el territorio hasta alcanzar su límite.
El exhausto está siempre expuesto.
El cansado anda con barbijo y tubo de oxígeno.
El agotado no espera nada del aire.
El exhausto respira veneno.
Un poema de Idea Vilariño (1964) que pongo del lado del exhausto: “Me cortan las dos manos / los dos brazos / las piernas / me cortan la cabeza. / Que me encuentren”.
El cansado exige que respeten su cansancio, dice:“Sólo quiero que me dejen en paz”
El agotado esconde su rostro ausente.
El exhausto habita la actualidad absoluta.
El cansado siempre tiene algo que decir.
El agotado sabe que no hay nada que decir.
El exhausto -sensible al nerviosismo de los hablantes-, a veces, espera una palabra aunque no diga nada.
VI.
Las locuras actuales dicen algo que los cansados se niegan a escuchar y que los agotados saben de memoria: cuando el yo sale de la pecera, el sujeto se encuentra anonadado. Los exhaustos escuchan gemidos en ese desierto.
Escribe Idea Vilariño (1969): “Yo quiero / yo no quiero / yo aguanto / yo me olvido / yo digo no / yo niego / yo digo será inútil / yo dejo / yo desisto / yo quisiera morirme / yo yo yo / yo. / Qué es eso”.
Marcelo Percia
Psicólogo. Profesor de la Facultad de Psicología de la UBA

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