miércoles, 19 de noviembre de 2014


DESTRUCCION BAJO EL MAR


Suelo descender a profundidades oceánicas
que en partes todavía sin explorar de mi espíritu existen.
Allí mi atormentado mundo no acaba de formarse
o se desintegró hace mucho y sus ruinas en mi alma se mueven.


Son esas partes mudas, desconocidas, de anfibios horizontes
que no se han visto nunca y sin embargo se recuerdan.
Seguido por moluscos y esponjas ambulantes,
quelonios y estrellas de mar, hacia abajo navego.
Glaucos ojos esféricos de asteroide o de atún me contemplan
invadir como huésped intruso.
Más abajo mi alma choca contra arrecifes de oro
que tienen perlas incrustadas y corales crecientes.


Mi deseo vital les extiende las manos
y ese núcleo de estrellas encantadas y de oro se rompe.
Arriba en la superficie círculo fugaz de espumas delata
que algo que no fue mío pereció para siempre.
Más abajo encuentro escombros de volúmenes como cúpulas
de una ciudad castigada por el mar. Tal vez la pretérita
ciudad mía,
aquella de las casas purísimas y los altares elevados
al universo; la desaparecida ciudad mía que hoy suplica
desde lo más patético de su estrago sin lágrimas,
aprisionada por fúnebre peso de sal y de exterminio.
Desciendo más y más y descubro en declives
de colores lacustres, más augurio de estrago.
Allí se disolvió un arco iris que ahora tiñe de sangre,
y de azul
y de verde
y de lila,
la concentrada palpitación de aquel submar.
Grupos de figuras vencidas me recuerdan
tantos seres amados. Allí están con las sienes
inundadas, las manos densamente inundadas,
mientras vegetaciones marítimas absorben
la claridad que les subía por las venas hasta el árbol del sueño.
Y bajo más y más hasta los paraísos
amorfos y frustados de mi ser, y hasta las catacumbas
en donde el grito del sepulcro
no logra evasión.
Y desciendo y desciendo vertical y vertiginoso
hasta lo más profundo mío, allá donde mi esencia
principia a confundirse con el origen de las cosas
increadas o inconclusas.
Declino hasta lo más eterno y profundo mío, allá donde mi
cuerpo
ya no me pertenece ni mi alma; al fondo del gran mar
disolvente y licuante
en donde me sumerjo desde hace siglos, desde ayer, desde
hoy mismo,
para volver desde hace siglos cada instante a la tierra,
al centro de las formas que me ven regresar de la nada,
deshecha en mil jirones mi escafandra de viento
y con la frente empapada por sudor que todo lo corroe,
semejante al agua con yodo del mar, o a esa otra furia
de ese otro mar que nombro y que golpea como el corazón
de un hombre
contra los acantilados del Tiempo.

GERMÁN PARDO GARCÍA