miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL PRESENTIMIENTO DE LA LOCURA - E.M. CIORAN


Nunca comprenderán los seres humanos por qué algunos de ellos son

condenados a la locura, por qué existe esa fatalidad inexorable que es la
entrada en el caos, en el cual la lucidez no puede durar más que el
relámpago. Las páginas más inspiradas, aquellas de las que emana un lirismo
absoluto, esas páginas en las que se siente uno abandonado a una exaltación,
a una ebriedad total del ser, sólo pueden escribirse en un estado de tensión
tal que todo regreso al equilibrio resulta tras él ilusorio. De ese estado no se
puede salir indemne: el resorte intimo del ser se ha roto, las barreras
interiores desmoronado. El presentimiento de la locura se produce
únicamente tras experiencias capitales. Creemos entonces haber alcanzado
alturas vertiginosas, en las cuales vacilamos, perdemos el equilibrio y la
percepción normal de lo concreto y lo inmediato. Un gran peso parece
aplastar el cerebro como para reducirlo a una simple ilusión, y sin embargo
es ésa una de las pocas sensaciones que nos revelan, justamente, la horrible
realidad orgánica de la que nuestras experiencias proceden. Bajo esa
presión, que intenta golpearnos contra la tierra y hacernos estallar, surge el
miedo, un miedo cuyos componentes son difíciles de definir. No se trata del
miedo a la muerte, que se apodera del ser humano para dominarlo hasta
asfixiarlo; no es un miedo que se insinúa en el ritmo de nuestro ser para
paralizar el proceso de la vida que se lleva a cabo en nosotros —es un
miedo que atraviesan relámpagos poco frecuentes pero intensos, como un
trastorno soportado que elimina para siempre toda posibilidad de equilibrio
futuro. Es imposible delimitar este extraño presentimiento de la locura. Su
aspecto aterrador proviene de que percibimos en él una disipación total, una
pérdida irremediable para nuestra vida. Sin dejar de respirar y alimentarme,
yo he perdido todo lo que nunca pude añadir a mis funciones biológicas.
Pero ésa no es más que una muerte aproximativa. La locura nos hace perder
nuestra especificidad, todo lo que nos individualiza en el universo, nuestra
perspectiva propia, el cariz particular de nuestro espíritu. La muerte
también nos hace perderlo todo, con la diferencia de que la pérdida es en
ella el resultado de una proyección en la nada. De ahí que, aunque
persistente y esencial, el miedo a la muerte sea menos extraño que el miedo
a la locura, en la cual nuestra semipresencia es un factor de inquietud
mucho más complejo que el terror orgánico a la ausencia total
experimentado ante la nada. ¿No sería acaso la locura una manera de evitar
las miserias de la vida? Esta pregunta sólo se justifica teóricamente, dado
que, en la práctica, quien es víctima de ciertas ansiedades considera el
problema de modo diferente presentimiento de la locura va acompañado del
miedo a la lucidez durante la locura, el miedo a los momentos de regreso a
sí mismo, en los que la intuición del desastre podría engendrar una locura
aún mayor. De ahí que no exista salvación a través de la locura. Deseamos
el caos, pero tememos sus revelaciones.
Toda forma de locura es tributaria del temperamento y de la condición
orgánicos. Como la mayoría de los locos se reclutan entre los depresivos, la
depresión es fatalmente más abundante que la exaltación alegre y
desbordante. La melancolía profunda es tan frecuente en ellos que casi
todos padecen tendencias suicidas. ¡Qué difícil solución es el suicidio
cuando no se está loco!
Me gustaría perder el juicio con una sola condición: tener la certeza de
ser un loco jovial, sin problemas ni obsesiones, jocoso durante todo el día.
A pesar de mi deseo vehemente de éxtasis luminosos, si estuviese loco no
los desearía, dado que tras ellos siempre se producen depresiones. Por el
contrario, me gustaría que un manantial de luz brotase de mí para
transfigurar el universo -un manantial que, lejos de la tensión del éxtasis,
conservara la calma de una eternidad luminosa, que tuviera la ligereza de la
gracia y el calor de una sonrisa. Quisiera que el mundo entero flotasen ese
sueño de claridad, en ese encantamiento transparente e inmaterial. Que no
hubiese ya obstáculos ni materia, forma o confines. Y en ese paraíso, yo
muriese de luz.


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